por Tina Gardella para el Diario del Juicio
Buenos
días señora, cuéntele al tribunal todo lo que recuerde de lo que sucedió con su
hijo el 16 de noviembre de 1977 – dice el fiscal. Y la Sra. Faride comienza su relato. Un relato
relatado, un relato que aún sabido o esperado, no deja de estremecer. En su
relato no están únicamente los hechos que denuncian el atroz silencio y las
complicidades del ocultamiento del secuestro de su hijo, las penurias y
derroteros por la Jefatura y la Brigada, su infinito dolor ante la frase “se
hubiera ocupado antes de su hijo”, dicha por el sacerdote de su parroquia. En su relato cobran vida también las
solidaridades que el terror pudo amenguar, pero nunca desaparecer.
“Cuando lo secuestran a mi hijo, una vecina toma nota del tipo de auto
y de la chapa patente. No me avisa a mí, por el impacto que suponía. Se lo
comenta a otra vecina en dónde se reúnen otros
vecinos más a discutir cómo avisarme, quién me lo diría y cuál sería la
mejor forma. Finalmente una de las vecinas viene a verme y le comento la
preocupación por el retraso de mi hijo en volver. Cálida pero simplemente, me
dijo: ´no lo esperes porque no va a venir. Se llevaron a tu hijo´.
Los juicios por delitos de lesa humanidad en nuestro país y
particularmente en Tucumán, son una re significación del pasado a partir del
presente. Todos los hechos que se relatan son interrogaciones al pasado desde
las percepciones presente. Los testigos designan, nombran, habitan lo que pasó.
Pero como dice el especialista Marcelo Viñar, “entre la memoria y la
reconstrucción del pasado hay omisiones, distorsiones inevitables y se crean
espacios vacíos, necesarios, como refugio de lo intolerable y se crea un decir
donde los límites de la aventura simbólica y la repetición traumática no están
en ningún manual”.
Sin embargo hay otros espacios vacíos
que no son precisamente el refugio de lo intolerable sino el reaseguro de la
impunidad. Porque lo que está en juego en los juicios de lesa humanidad no es sólo “juicio y castigo” sino “justicia,
verdad, memoria”. Precisamente las frases dan cuenta del recorrido de los organismos de
derechos humanos en relación al lugar que ocupan los juicios de lesa
humanidad en el contexto político de la
búsqueda de la verdad.
“Lo tiraron y arrastrándose pudo
llegar a la casa. Me contó que tanto, tanto lo torturaban que su único objetivo
era encontrar un enchufe en la pared para morir ahí mismo”, relata entre sollozos María, por boca de su
marido Juan Ignacio, enfermo y postrado en cama, por la de sus hijos y también
por la suya. Siendo docente y echada de la escuela, cuenta que una directora se
apiadó de su situación y le permitió que trabajara de casera cuidando la
escuela.
Como un emergente latente que viene a dar cuenta de los lazos y vínculos
comunitarios, la solidaridad se hace presente cada vez con mayor fuerza en los
relatos testimoniales. Junto al objetivo principal de condenar a los culpables de los secuestros,
muerte y desaparición, comienzan a instalarse y cobran valor aquellos gestos,
ciertas miradas, algunos hechos de franca y abierta solidaridad por encima del
horror tan estratégicamente desparramado
como objetivo de parálisis y pánico moral.
“No sé quién es, yo estaba
destrozada. Pero creo que era una profesora que venía caminando por calle
Muñecas porque salía de asistir a un espectáculo en el Teatro San Martín.
Llegando a la calle Santiago, vió el operativo de secuestro de Luisa, mi hija.
Se escondió detrás de un árbol desde donde miraba todo. Me ubicó después para
contarme los detalles de su secuestro”, narra Vilma con voz firme y segura
en sus 85 años.
Las matrices de resistencia y solidaridad del pueblo tucumano, desde sus
luchas calchaquíes y emancipatorias, urbanas o rurales, cobran vida en todos y
cada uno de los relatos que, como un juego de lenguaje y como una forma de vida
como dice Ricoeur, son mucho más que la sucesión cronológica de hechos o
sucesos dolientes.
Son, decimos nosotros, los que contribuyen a disputar los sentidos
materiales y simbólicos en la formación de una conciencia histórica nacional y
de una identidad socio-política constituyente desde la obligación moral que
supone el compromiso político de configurar acciones que den sustento a la
construcción de Memoria, Verdad, Justicia.
La Megacausa, en este VI Juicio por delitos de Lesa
Humanidad en Tucumán, da cuenta de ello.
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