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Crónica viernes 9 de Septiembre: "Hoy ésto se sabe porque algunos sobrevivimos y podemos contarlo"

  • por Sofía Romera Zanoli para el Diario del Juicio
Los imputados (de der. a izq.) Orce, Albornoz, Svendsen, Cuestas, Vila, Jodar y Moreno escuchando a los sobrevivientes
PH Elena Nicolay


Justo Herrera tenía 20 años, trabajaba en Obras Sanitaria de la Nación, estaba cursando 3º año de Derecho en la Universidad Nacional de Tucumán y era militante de la Juventud Peronista cuando fue secuestrado el 1 de agosto de 1975, de la casa donde vivía con su abuela, su madre, sus hermanos, su pequeño hijo de 9 meses de edad y su esposa María Elena Saavedra, que en esos momentos estaba embarazada.

“Recuerdo el día que se lo llevaron. Eran las 2 am. Un grupo de 11 personas que se identificaron como parte del Ejército Argentino, entraron por el techo y por un pasillo de la casa, rompieron la puerta. Tenían armas. Algunos estaban encapuchados y otros con la cara descubierta. Cortaron las luces de las calles” relató María Elena Saavedra, primera testigo que prestó declaración el viernes, ante el Tribunal Oral Federal de Tucumán, que lleva adelante el megajuicio Operativo Independencia.

“Le pidieron a Justo que se vista, le vendaron los ojos, lo esposaron y se lo llevaron. Ese día me quedé sin un esposo y sin un compañero”. El último pedido que Justo le hizo a su esposa fue que cuide a los chicos, porque ese día, ese momento, fue la última vez que ella lo vio.

Tiempo después, Ramón Ceballos, un joven médico del Hospital Militar, le contó a la familia que el cuerpo fusilado del Justo “fue sacado de la Escuelita de Famaillá y llevado al Comando de la Vº Brigada de Infantería para que le pusieran ropa de extremista”, recordó María Elena.
La familia de Justo nunca pudo recuperar sus restos. María Elena lo buscó por todas partes, aún lo sigue buscando.


La lucha de una familia

Antes de comenzar con su declaración, Raquel Zurita juró ante el tribunal por sus hermanos, amigos, compañeros y las madres que no pudieron llegar a este juicio. Luego pidió permiso a los jueces, sacó de su cartera el pañuelo de su mamá, Visitación del Carmen Robles miembro de Madres de Plaza de Mayo, y lo acomodó suavemente sobre sus piernas. Ese pequeño recorte de tela blanca simboliza la lucha que esa mujer emprendió para encontrar a sus hijos Juan Zurita (24 años) y María Rosa Zurita (21 años). Ambos son víctimas de esta megacausa.

Raquel, es una reconocida militante de Derechos Humanos, que siguió con el legado de su madre y hace 41 años que busca a sus hermanos. Ambos militaban en una Unidad Básica peronista del barrio Villa Urquiza junto a otros compañeros que también fueron víctimas del terrorismo de Estado. “Nuestra juventud se desarrolló en un contexto de efervescencia política. Las injusticias y las necesidades nos habían llevado a militar en la Unidad Básica. Hacíamos trabajo social en la villa Santa Teresita (hoy El Sifón) y estuvimos en el movimiento villero”, señaló.

El 1° de agosto de 1975, su hermana María Rosa llamó a Raquel para avisarle que se lo habían llevado a Juan. “A las 2.30 tiraron el portón a patadas, hombres de civil y otros con uniformes. Apuntaron a todos. Les preguntaban si tenía armas. Mi hermana me contó que ejercieron mucha violencia contra Juan. Se lo llevaron inconsciente”.

Raquel recuerda a su hermano Juan como un militante reconocido por todo el barrio que iba a hacer tareas de alfabetización, “él era autodidacta porque sólo había terminado la primaria”, contó.

La mañana del 10 de noviembre la secuestraron a María Rosa de un kiosco donde la familia vendía diarios para subsistir. “La agarraron a trompadas y patadas. Cuando cayó al piso, la metieron de los pelos a un auto”, contó la testigo e indicó al imputado Luis De Cándido como uno de los responsables de ese operativo.

Con la ayuda del Dr. Ángel Pisarello, la familia presentó denuncias y habeas corpus, pero no lograron dar con los hermanos. Tiempo después supieron a través de un supuesto miembro de la SIDE llamado Antonio Véliz, que Juan había sido fusilado en La Escuelita de Famaillá y que le habían cortado una mano, izquierda porque además de militante era zurdo. De María Rosa pudieron saber que habría pasado por la Jefatura de Policía. “Mi madre no dejó de ir a la Jefatura. Mario Zimmerman la atendió y le dijo ‘no los busque más que están muertos’”, agregó.

“Nuestra militancia era más social que política. Hubo una construcción de a quiénes se tenía que eliminar, no importaba si tenías militancia. Si ya no había guerrilla había que construirla. Ser joven y pobre era ser presa, porque había que dar resultados”, reflexionó Raquel al concluir con su relato.

“Juan Zurita era un muchacho muy comprometido, muy solidario, una gran persona", sostuvo Raúl Oscar Ruiz Huidobro, tercer testigo en prestar declaración durante la audiencia.

Pedro Lucas Mayorga relató que su hermano René fue secuestrado en la misma época que Juan Zurita, y permaneció dos meses desparecido. Luego en el año 76 se llevaron a su padre y a su hermano menor.

En el 75 Pedro hizo el servicio militar en el Hospital Militar, afectado por el Operativo Independencia. “En una oportunidad fui con una ambulancia a la Escuelita de Famaillá. Atendí a un señor que tenía la cabeza golpeada, supuestamente se había golpeado sólo. Vi gente en un aula, atados, vendados y rotulados”, señaló.


¿Detención o secuestro?

Rolando Leonardo Camuñas fue el quinto testigo que declaró este viernes. El testigo es una víctima sobreviviente del terrorismo de estado que tuvo lugar durante el Operativo Independencia y ante el pedido del fiscal Pablo Camuña para que cuente las circunstancia de su secuestro, Rolando contestó que fue una detención, a lo que el fiscal le preguntó si le exhibieron alguna orden de arresto o allanamiento, la respuesta (como en todos los casos) fue no. La respuesta y la distinción entre 'secuestro' y 'detención' pone de manifiesto el poder que continúa ejerciendo el doble relato, la teoría de los dos demonios.

En 1975, Rolando vivía en Bella Vista, trabajaba en la fábrica NorWinco y pertenecía al sindicato de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica). El 4 de agosto un tropel encapuchado, entraron por la fuerza a la casa familiar “me agarraron x detrás y me golpearon. La patearon a mi madre y padre. Mi mujer agarró a mi hijita de 4 años para que no le peguen", recordó.

Estos hombres subieron al testigo a un auto y lo llevaron a un lugar, que después supo era la Escuelita de Famaillá. Allí lo vendaron y le ataron las manos, cada dos días era torturado. “Soy católico apostólico romano y la verdad no podía creer lo que me hacía ésta gente, me torturaban y se reían. En los interrogatorios me preguntaban por mis compañeros de trabajo. Después supe que se llevaron 15 de la fábrica", lamentó.

“Me desnudaban para meterme la picana” contó Rolando, mientras se levantaba la remera para mostrarle las marcas a los jueces.

Luego fue trasladado a la Brigada, donde lo bañaron para llevarlo al Juzgado Federal donde prestó declaración, de allí lo llevaron al Penal de Villa Urquiza. “Yo quería mostrar todas las marcas y quemaduras que tenía por todas partes y me dijeron deje nomas si ya sabemos todo, eso me dijeron en el Juzgado”.

El último lugar en donde Rolando permaneció en cautiverio fue el Penal de Rawson, donde fue trasladado por recomendación del Dr. Pisarello. “Tres veces me fue a ver el Dr Pisarello al penal y me dijo que me cuide, que no sabía si volvería porque creía 'que lo iban a voletear’ lo tenían marcado. Y así fue, no volvió más”.

"Yo no quiero que pase más esto. No inventamos nada. Hoy esto se sabe porque algunos sobrevivimos y podemos contarlo", finalizó.

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