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"Estoy aquí en nombre de mi hermano, de mis padres que hoy no están y de todos los familiares, todos"

  • por Fabiana Cruz para el Diario del Juicio
José Blas Vega - detenido-desaparecido el 2 de diciembre de 1975
PH Archivo H.I.J.O.S. Tucumán


Faltando poco para cumplirse los 41 años de la desaparición de José Blas Vega, sus hermanas Marta Josefina del Valle Vega Martínez y Mercedes del Carmen Vega Martínez testificaron ante el Tribunal Oral Federal con tres semanas de diferencia, el 23 de octubre y 18 de noviembre respectivamente. En esta ocasión, los dos relatos serán unidos en uno solo.

Marta tiene 66 años de edad. Habla como alguien que leyó mucho, con gran diversidad de sinónimos, cuenta historias que derivan en otras historias y hace conexiones infinitas que conducen a un solo propósito y un solo discurso: memoria, verdad, justicia. No se mueve mucho, no hace tantos gestos, no son tan importantes porque sus palabras tienen demasiada fuerza.

Mercedes tiene actualmente 61 años, es socióloga, habla con una precisión y seguridad que parecen imposibles de quebrantar. No olvida ninguno de los detalles de la noche del horror. Está sentada con la espalda firme, y cuando parece que el dolor explota en sus palabras, sólo aprieta la mano de su acompañante, quizás para recordarse a sí misma que no está sola.

Ambas recuerdan a su hermano con el amor que los hermanos saben, que los que luchan y aman saben.
José Blas Vega tenía 24 años de edad para el 2 de diciembre de 1975, fecha de su secuestro. “Pepe” le decían todos los que lo conocían; era estudiante de ingeniería electrónica en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), secretario del Centro de Estudiantes, empleado en el Concejo de Educación de la Provincia y militaba en la Federación Juvenil Comunista. Además, estaba de novio y vivía en Yerba Buena junto a su familia.

En esa época, la UTN se encontraba muy convulsionada porque las fuerzas querían intervenir en la facultad. José, con la agitación de quienes asumen todas las injusticias sociales como propias, sacaba constantemente comunicados denunciando los atropellos a la Facultad Tecnológica. Era compañero y muy amigo de Humberto Rava, quien fue secuestrado, torturado y estuvo detenido por 5 años en Centros Clandestinos de Detención y en diferentes unidades penales.

A José Blas los militares lo buscaban porque quería un mundo mejor, más justo e igualitario, porque no bajaba los brazos y porque los derechos sociales eran su bandera de lucha. Aquel 2 de diciembre del 75, un grupo de hombres tenía órdenes de detener a Pepe, pero ante el desconocimiento de su vivienda, irrumpieron en primer lugar en la casa de su abuela en el centro de la ciudad. Estaban presentes sus tías, su tío Miguel Ángel Vega, la abuela y la empleada doméstica. Se encargaron de golpearlos salvajemente a todos, luego a Miguel lo subieron a un auto, lo tiraron donde se apoyan los pies, y los que subieron se ocuparon de patearlo. El vehículo tomó dirección hacia Yerba Buena y los secuestradores le obligaron a señalar la vivienda de su sobrino. Pero Miguel, como única forma de resistencia posible, intentó perderlos, los tuvo dando vueltas por una hora argumentando que no sabía con exactitud el lugar de la vivienda. Los Vega no contaban con un teléfono en el domicilio, por lo que Miguel esperaba ganar tiempo para que sus hermanas y madre llamaran a los vecinos y estos pudieran advertir a la familia. Sin embargo, presas del miedo y en completo estado de nerviosismo, a las mujeres no se les había ocurrido tal estrategia.

Esa noche José había cenado en su hogar junto a sus familiares y novia. Estaban todos reunidos porque sus padres acababan de volver de un viaje. Luego, se fueron a dormir, y alrededor de las 2 o 3 de la mañana comenzaron los primeros ruidos del desastre, los perros no dejaban de ladrar asustados. La puerta de la entrada estaba a punto de ser volteada, por lo que José Vega (padre) se dirigió a abrirla e inmediatamente ingresaron muchísimas personas, todos estaban armados y encapuchados.

Estos hombres arremetieron en la vivienda, con la violencia e impunidad propia de ellos, y esposaron rápidamente a José (p) porque tenía el mismo nombre que su hijo. La madre de Pepe, se despertó porque la estaban tocando con un arma, mientras que sus hijas y la novia de la víctima estaban muy asustadas escuchando como corrían varios sujetos cerca de la habitación en la que se encontraban. Mercedes, que estaba presente, dice que era muy notorio quiénes eran los hombres de jerarquía, además de hablar con tonada porteña, tenían una dicción perfecta y daban órdenes al resto de los hombres. No pasó mucho tiempo hasta que estos sujetos se percataron de que la persona a la que habían esposado no era a quien realmente estaban buscando. “Acá está, este es” -dijo uno de los militares- y entre varios agarraron a José Blas, el joven quiso calzarse pero le dijeron que no lo iba a necesitar. Luego de esto la familia fue encerrada en el baño y, cuando los ruidos cesaron y pudieron salir, José ya no se encontraba en la casa. Antes de irse, los invasores se robaron todo lo que pudieron: libros, plata, joyas, una colección de teléfonos antiguos y también destrozaron los autos de los Vega. El padre salió del domicilio y pudo ver cómo habían roto todas las luces de la cuadra. Además,  se encontró con una escena todavía más espantosa: un hombre estaba tirado en el piso, en calzoncillos, vendado, muy golpeado y gritaba “¡Pepe, soy yo!”: era su hermano Miguel Ángel Vega.

La otra hermana de José, Marta Josefina Vega, para ese período se encontraba viviendo en la provincia de Buenos Aires y realizando allí sus estudios. Un día después de los hechos, casi por intuición según infiere ella, se despertó a las 7 de la mañana y comenzó a leer el diario desde atrás hacia adelante, algo que también era inusual, y se encontró con malas noticias que tenían que ver con su hermano. Como en ese momento los Vega no tenían teléfono, se fue casi de inmediato a buscar al entonces presidente de la Cámara de Diputados Nicasio Juan Sánchez Toranzo. Marta lo conocía porque era amiga de la hija de éste, y le pidió que se comunicara con la provincia de Tucumán. Sánchez llamó a muchos diputados pero, según la testigo, no todos le llevaron el apunte. “Ustedes tienen al chico Vega, suéltenlo, él no es ningún guerrillero”, les habría dicho el hombre. Sánchez se encontraba muy molesto porque algunos ni siquiera le atendían el teléfono, por lo que finalmente y sin esperanzas le dijo a Marta que en Tucumán los militares tenían el control de todo. Luego que ella pudo enterarse de los hechos, realizó todas las gestiones posibles para encontrar a su hermano desde la provincia de Buenos Aires.

La madre de José tenía conexiones con la Iglesia, organismo que (como bien sentencia Mercedes) acompañaba los crímenes y atrocidades cometidas por el Operativo Independencia y luego por la Dictadura Militar del 76. Gracias a esta proximidad, pudo hacer averiguaciones sobre su hijo. También la familia recogió la información de un testigo llamado Juan Martín, que les dijo que Pepe había estado en la Escuelita de Famaillá y después en Arsenales. José (p), por su parte era sobornado por militares que le decían tener información sobre su hijo. De esta manera, lo citaban bajo estándares muy  mafiosos a lugares específicos para que pagara las noticias sobre Pepe. El padre, en su desesperación, les otorgó tierras y autos, pero sin consecuencias positivas.

Marta en Buenos Aires no dejaba de buscar a su hermano, mantenía comunicación con su familia y tenía esperanzas de que apareciera con vida. Contó que durante las temporadas de verano ella trabajaba en Mar del Plata como cantante en una cafetería, y siempre cantaba canciones de mujeres latinoamericanas, entre sus favoritas Mercedes Sosa. Era conocida como “la negra tucumana”. Luego comenzaron a perseguirla a ella también. Un día su jefe le dijo que había personas preguntando por ella, y que debía volver a Buenos Aires para cuidarse. Al poco tiempo, la empleada doméstica de Marta (que era novia de un gendarme) le dijo que debían dejar de buscarlo a su hermano porque este ya no se encontraba con vida.

Mercedes comienza a recordar a su hermano y lo describe como “un joven militante, idealista, generoso, buen hermano, estudioso, inteligente, amable. Era músico, comunista. Lo querían mucho todos sus compañeros. Bella persona”.

“Dejé de estudiar biología para estudiar qué había pasado”, comenta Mercedes, y ese propósito pudo orientarse desde la sociología. Tuvo su paso académico por Buenos Aires, después se fue a Israel y por último estuvo en Lima. Volvió a la Argentina con el gobierno de Alfonsín y llena de conocimientos. Al día de su testificación, exigió a los jueces que se haga justicia, que valoren lo que estudió, que tengan en cuenta que su testimonio no es sólo por su hermano y padres que fallecieron sin volver a verlo, sino que también declara en nombre de todas las víctimas del genocidio y por sus familiares también. Mercedes dedicó su vida a estudiar los hechos: la selección de personas, las persecuciones, los secuestros, las torturas, los asesinatos y la desaparición de los cuerpos. “Nadie puede decir que no fueron los militares”, agregó.

La crueldad de la época tomó diversas formas. Las hermanas desean que su dolor encuentre algún tipo de reparación o resarcimiento. Las lágrimas, el tono de voz y las palabras, denotaron con intensidad el humanismo y el amor que aprendieron de su hermano. Demostraron también, que a pesar de no haber tenido nunca noticias certeras sobre el paradero José Blas Vega, hoy está más presente que nunca. 

¿Quiere agregar algo más? Preguntó el juez Casas.
Marta con la firmeza que la caracteriza, respondió: “Sí… esperar que esto sea un nunca más de verdad”.

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